METT Hotel & Beach Resort, porque hay vida más allá de Marbella

Hay palabras que da gusto escribir y pronunciar. Y, aún más, experimentar. Una de ellas es maresía. Al llegar a METT Hotel & Beach Resort, recién abierto entre Estepona y Marbella, ese aroma se mezcla con la brisa y la sensación resultante se llama vacaciones. O bienestar, otra palabra que también apetece vivir. Ambas riman con este resort, que apenas tiene semanas de vida, situado en la que llaman “la nueva milla de oro de la Costa del Sol”. Aquí se viene a dejarse llevar, a sumergirse en el agua dulce y la salada (ya hablaremos de ellas) y a comer un plato de pasta con almejas al final del día. A veces, no necesitamos más. Ni menos.

¿POR QUÉ RESERVAR?

Porque METT (acortaremos el nombre, aquí no hay nada estirado) es un buen resort de playa y eso, si se hace bien, atrapa. En ocasiones, solo queremos dejarnos llevar, tener todo a mano, que piensen por nosotros y un resort, por definición, es un lugar así. METT es autosuficiente. En él encontramos lo que buscamos en muchas vacaciones: equilibrio entre calma y vida social, distintas cocinas, entretenimiento y un Mediterráneo que, como roza con el Atlántico, es fresco y energizante. ¿Quién querría salir de aquí?

Porque mira de cerca a ese mar. Quedan pocos lugares en la Costa del Sol en los que un hotel pueda estar en primera línea de playa y este lo está, en la del Saladillo. Lo rodea una zona residencial tan tranquila que es posible encontrarla semidesierta en un día de agosto. Esta es una de las sorpresas que esperan a quien reserva en METT y nos arrepentimos de haberla desvelado.

Porque es fresco e informal, y eso lo distingue del resto de los grandes hoteles de la zona. METT desembarca en un lugar con un nivel hotelero intenso y alto y lo hace sin miedo, porque se sabe diferente. No quiere competir con el lujo clásico de la zona, tampoco con el más opulento y, mucho menos, con el que brilla a gritos. El propio resort se define como un lugar para gentes relajadas con expectativas altas. Su general manager, Sergio Tamayo, marbellí, hotelero y hotelófilo, insiste en que este es “lujo cercano, no invasivo”. En sus zonas comunes conviven las chanclas de goma y los pantalones cortos con los caftanes de lino, Zara con Dior. Y nadie mira a nadie, porque estar de vacaciones también es eso.

Porque METT gana con el contacto. No está pensado para ser instagrameado ni tiktokeado (aunque tienes rincones que grabarás) ni para epatar, sino para hacer sentir bien y eso, damas y caballeros, lo han olvidado muchos hoteles. Este no. Y gran responsabilidad de ello lo tienen las personas amables que lo hacen posible. Todo se puede copiar, menos eso.

EL HOTEL

A todo hotel se llega cansado y descolocado. A este también. Esa sensación dura un par de minutos, hasta que nos sientan en un sillón y nos ofrecen una carta de cócteles. También ayuda que lo primero que se ve es un olivo enorme que se trasladó al lobby en tres partes y se reinjertó. Hoy está vivo y da la bienvenida a los huéspedes. Un momento: aquí no hay mostrador, ni puerta y ¿eso que se ve al fondo es el mar? ¿eso que mueve el pelo es brisa? Sí a las dos preguntas. El check-in, abierto y tranquilo, marca el tono del hotel.

Ya hemos escrito el adjetivo fresco y lo repetiremos alguna vez más. El interiorismo lo deja claro con su manejo de materiales naturales como algodones y maderas, que contribuyen al aire relajado y su apuesta por las plantas naturales, que son cuidadas por un equipo de jardinería de manera permanente. La vibración es mediterránea: las paredes son blancas, hay hornacinas en los muros y cerámica repartida por los espacios y los detalles de decoración son azules. Podríamos estar en Menorca, Sifnos o donde estamos, en Málaga.

El siguiente golpe de efecto son los 52 metros de piscina que invaden la vista. Este no es un hotel con piscina, sino una piscina con hotel. Ella es el centro y cuando se ve se entiende. Parece un río, tiene un tamaño difícil de ver y su color, a ratos verde, a ratos azul y a ratos gris, se funde con el del mar. En torno a ella transcurre la vida: en sus tumbonas, cómodas como camas, se comen ceviches, se toma el sol y se leen novelas de misterio. El ambiente es adulto, no es un hotel para niños muy pequeños, porque no hay Kids Club. Los preadolescentes lo pasan bien con tanta agua dulce y salada.

Las 249 habitaciones y suites se organizan en torno a la piscina. La más pequeña de ellas, una Deluxe, no lo es, porque mide 41 metros cuadrados y la mayor tiene casi 500 metros cuadrados, jardín y piscina. No es la única que cuenta con piscina privada, hay una serie de suites con vistas al mar que comparten piscina propia. La sensación de salir de la habitación y saltar al agua para nadar unos largos (muchos, porque es muy larga) es un privilegio. Y hacerlo a pocos metros del mar, más.

El mar. Cómo no abrazarlo, si está tan cerca. Todo en METT se hace frente al Mediterráneo, que siempre está en el horizonte. El hotel cuenta con un pequeño Beach Lounge tranquilo y bien decorado que funciona como un chiringuito estiloso; sus tumbonas son más cómodas que muchas camas de hotel. Uno de los alicientes de este resort son sus cabanas. Este invento, tan común en lugares como Florida o California, no lo es en España y, por eso, cuando se encuentra, se celebra. Se trata de unas zonas privadas que se alquilan durante el día que permiten a no huéspedes disfrutar de la piscina, el mar y la gastronomía del hotel. Aquí hay cuatro a ras de arena que, además, cuentan con una pequeña piscina privada. Es una forma de vivir el hotel sin tener que dormir en él y un gran plan para disfrutarlo con amigos.

Source: traveler.es